sábado, 10 de enero de 2015

WE CAN'T GO HOME AGAIN

La película que hizo Nicholas Ray con sus alumnos de cine en 1973 se presta a juicios excesivos como seguramente ninguna otra de su filmografía.

Ninguno tan pasmoso como el que hace una de las escasas monografías sobre Ray publicadas en castellano que la llama "curiosidad conmovedora" que no puede calificarse de "película". En fin, a estas alturas del partido innecesario es comentar ese concepto reduccionista de lo que es o no es una película.

Corre también uno con la tentación de sobrecalificarla al tratarse de una verdadera obra maldita, muy poco vista hasta hace poco tiempo, cuando su viuda Susan e importante parte impulsora de la peli, ella era una de sus alumnas, se propuso rehabilitarla a gran escala. Ya saben ese mecanismo perverso, como soy uno de los cuatro gatos que la ha visto la pongo entre sus mejores obras. O peor aún, como quiero reivindicar que esto también es una película determino inconscientemente que las verdaderas y más reivindicables películas son esto.

Lo cierto es que en el fondo resulta absurdo trazar cualquier tipo de comparativa cualitativa entre esta película, sí película, y "Los amantes de la noche" o "Johnny Guitar". Son terrenos diferentes y lo mejor que puede decirse es lo admirable que resulta que Ray transitara con esa naturalidad hacia otros cines.

Ray parte de unos planteamientos visuales verdaderamente rompedores en su obra que luego estarían presentes en otros (resulta conmovedor leer que saliendo de "Numéro deux" de Godard llegase a decir "yo hice una parecida").

Una ruptura para retratar a una juventud y a un país en plena contestación, a los que quizás ya no pudiesen entenderse en scope y technicolor. Un diálogo entre las ruinas del pasado y la eclosión del presente. Una obra tan importante como desconcertante. Un zapatazo estético y moral de una entidad cinematográfica vanguardista mirada por un clásico. Una película de una complejidad en su mirada única. Imposible parcelar esta obra o a Ray en la historia del cine. Nunca existieron brechas, los más grandes siempre tendían puentes.








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